La Alegría es un fruto del Espíritu Santo. Ésta es como la consecuencia de la vivencia de una vida de fe.
Para este valor nos inspiramos en la Alegría manifestada por nuestra Madre María en el Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» Lc 1,46-47
Hay una serie de experiencias en nuestra comunidad de fe que llenan nuestro corazón de una alegría profunda:
Reconocemos que la alegría que nace de esta vida de fe, no aleja de nosotros el sufrimiento, sino que lo llena de sentido, porque creemos y esperamos en las promesas hechas por el Señor de felicidad eterna.
No es una alegría ingenua, ni escapista. Es una alegría que sabe asumir las distintas realidades de la vida con esperanza frente el dolor y las dificultades, sostenida por la gracia del Señor.
La alegría ha sido desde nuestros inicios una característica muy nuestra. Reconocemos que es un don del Espíritu Santo y queremos en esta etapa de renovación pedirla, vivirla y acentuarla con intensidad, para comunicar a todos la “Alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium).
Este valor nos ayudará a vivir la confianza en Dios, a superar el negativismo, la desesperanza y a expresar libremente al Señor, que llevamos en nuestro corazón.
Estrechamente relacionado con la amistad y comunión, el mismo Espíritu nos inspira que nuestra amistad se haga apostolado. De allí que queremos declarar como otro valor “El trabajo apostólico colaborativo”.
Queremos en este valor volver a declarar que nos sentimos llamados al trabajo apostólico en la Iglesia, resaltando un elemento que nos parece particularmente importante: que sea colaborativo.
Queremos generar en el MVC una cultura colaborativa, que comunique nuestro sentido, que es el anuncio del Evangelio no sólo en el apostolado que realizamos sino también en la manera cómo lo realizamos.
Buscamos acentuar la colaboración como un eje que promueva los equipos apostólicos y la riqueza del trabajo comunitario. Haciendo foco en las relaciones, en la toma de decisiones en conjunto, fomentado así las relaciones personales.
Queremos fomentar una cultura que tome en cuenta una planificación apostólica que parta del discernimiento comunitario de lo que Dios pide a cada miembro del equipo y ámbito que se quiere evangelizar, teniendo en cuenta la realidad de ambos.
Una cultura donde el apostolado comunitario es central, pues, se valora, impulsa e integra el aporte de cada uno. Donde la escucha, el diálogo y la apertura forman parte de la toma de decisiones y donde los errores personales y comunitarios, reconocidos, se entienden como camino pedagógico para el crecimiento de todos.
Además, entendemos que la misma comunidad es apostólica en sí misma, lo que va en la línea de evangelizar por atracción, como nos decía Benedicto XVI[1] y nos pide el Papa Francisco[2].
Este valor nos ayudará a superar algunos vicios como el individualismo, el buscar solo los resultados y el autoritarismo, entre otros.
[1] Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Inauguración de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, 13 de mayo de 2017.
[2] Evangelii Gaudium, 14.